martes, 2 de agosto de 2016

Tanax: El comienzo

Aún recuerdo esa lluviosa noche en la que los vikingos invadieron mi pueblo, Freeport.
A veces mientras duermo, reviven esas bestias y comienzan a hacer las mismas atrocidades que ya hicieron... Vuelvo a ver cómo se llevan sacos enormes de especias, carne, cuero y madera. Vuelvo a ver a ese maldito riéndose mientras viola a mi madre y luego la asesina frente a mis ojos fríamente, mientras otro me sujeta y yo, no puedo hacer nada... Intento con todas mis fuerzas soltarme, pero aquél tipo era mucho más fuerte que yo... ¿Cuánta fuerza podría tener un niño de 6 años?
Y mientras me sujetan y lloro, vuelvo a ver esos ojos de mi padre, quien yacía en el piso sin vida...
Aquél día, quedé huérfano.
Recuerdo haberle pedido varias veces a la diosa Selune que vengara a mis padres y a mi pueblo o, por el contrario, que terminara con mi sufrimiento y me otorgara la muerte... pero la muy perra hizo oídos sordos a mis plegarias... Sólo me regaló sufrimiento.
Estuve tres años viviendo de las sobras de los animales de aquéllos vikingos. No me mataron, porque los esclavos infantes eran útiles para cuidar de sus mascotas, limpiar sus mugres y, en algunos casos, satisfacer sus perversiones, sin posibilidad de defenderse.
En aquélla epoca, el rey Tyrton I estaba más interesado en expandir su reino y defender la capital, que preocupado de nuestro pequeño puerto pesquero. Para él, sólo eramos un puñado de mugrientos aldeanos pobres sin nada importante que ofrecer, más que pescado y madera.
Recuerdo que al terminar el tercer año, un grupo de soldados había regresado a Freeport y logró corretear a los vikingos, pero el daño ya no era reparable. Muchos habíamos perdido a nuestras familias y amigos... No teníamos nada ni a nadie.
Entonces, a los que estábamos huérfanos nos adoptaron como posibles futuros soldados. Nos entregaron un entrenamiento militar muy duro y algunos como yo, eramos blanco de burlas de parte de los de mayor rango. A pesar de todo ello, aún sentía un poco de esperanza... Sentía que tal vez esta vida era una prueba para poder adoptar una vida aún más gloriosa.
Ya en mi adolescencia, mi interés había dado vuelco a la vida de un Paladín. Quería evitar que otros sufrieran lo que yo había sufrido en mi infancia y solicité realizar un entrenamiento bajo la iglesia de Torm, ya que Selune nunca me escuchó.
Si me volvía paladín, iría al pueblo de origen de aquéllos vikingos y les daría muerte a cada uno de ellos... Quería que pudieran saborear el dolor en carne propia. Ese impulso, hacía que yo entrenase diariamente con todas mis energías más allá del horario establecido y rezaba fervientemente todas las noches, esperando poder recibir su bendición... Pero el tiempo avanzaba, Tyrton II había asumido el control del reino y nuevamente sentía que me ignoraban.
Ví como mis compañeros recibían la llamada de Torm. Cada vez que uno era bendecido por el dios, se hacía un pequeño festejo y se le condecoraba con el símbolo de Torm tatuado en sus espaldas con ayuda de uno de sus sacerdotes.
La envidia, comenzó a corroer mi mente... No podía entender porqué yo, el que más se esforzaba, el mejor de su generación, el que rezaba todas las noches, no había recibido alguna señal de aprobación.
De adolescente, me volví un hombre... Un hombre ignorado por los dioses.... Un hombre sin dios...
Hasta que un día, mientras entrenaba en el salón principal, noté que un grupo de novatos me habían estado observando durante horas. Noté que de vez en cuando uno de ellos, bien corpulento, me apuntaba y cotilleaba con los demás, generando irritantes risitas... Ello había sido el colmo.
Con mucha rabia me dirigí hacía ellos y le escupí al corpulento en la cara, invitándolo a pelear conmigo. Ese fue el inicio de una enorme pelea, en la cual comenzaron a golpearme entre todos los novatos presentes.
La envidia, la rabia y la impotencia me habían sobrepasado.... Fue entonces que sólo vi oscuridad... 
En aquella oscuridad logré sacar una pequeña navaja de mi pantalón, dando estocadas ciegas a quien estuviera frente mío... No pude ver ni oír a nadie, pensé en un momento estar solo y tal vez soñando... Pero pronto percibí que había matado a cada uno de los desgraciados que se habían estado burlando de mí.
Tras unos minutos, la oscuridad comenzó a disiparse.... Sólo habían cuerpos tendidos en el piso, sangre en toda la sala y una mujer de pie en medio de toda la carnicería.
La mujer, estaba cubierta de sangre, pero me miraba dulcemente... Se acercó lentamente y me ofreció su mano “Ven conmigo” me dijo “Tus plegarias han sido escuchadas”
Sentí que lágrimas caían de la emoción por mis mejillas... Pero simultáneamente, sentí en mi corazón un ligero vacío.
Sin vacilar, tomé su mano y salimos de aquél templo...No recuerdo los detalles de cómo lo hicimos, sólo tengo flashes vagos del momento...
Tampoco tengo claro cómo fue que Krumiya, la mujer que me había ofrecido su mano, estaba de un momento a otro acostada a mi lado, desnuda, en una cama cuyas sábanas eran de color rojizo y los respaldos tenían tallados múltiples símbolos demoníacos... Como si se tratase de un ritual.
Krumiya me acarició el rostro y dijo suavemente a mi oído “Desde hoy, tu nombre será Tanax.... Serás conocido como El campeón de Shar y es a ella a quien deberás lealtad y sacrificio... ”
- “Sí... Mi señora...” respondí
Y para cerrar el pacto, Krumiya acercó su rostro al mío y posó sus labios en los míos. Mientras nos besábamos y nos revolcábamos bajo las sábanas... Sentía en cada penetración y gemido de Krumiya, el suspiro de Shar invadiendo mi cuerpo y alma...
Desde aquél entonces... Dejé de ser un hombre sin dios...